Este año hemos pasado la Pascua confinad@s en casa y yo he recordado cuando era pequeña y me llevaban de visita a la casa de mi madrina. A veces me llevaba mi padre; me dejaba en su casa y él se iba a arreglar otros asuntos… Aquellas visitas siempre me parecieron excitantes; recuerdo como una de las experiencias más emocionantes de mi infancia, el día que viajamos en tranvía! Nunca me había subido a un tranvía antes, ni siquiera a un autobús! Y aunque el viaje había sido para ir a una zapatería donde me compró unas botitas blancas de verano… lo más excitante de aquel día, seguía siendo la gran aventura de viajar en un tranvía lleno de gente! Los días con ella siempre eran especiales.
Mi madrina vivía en un edificio con un patio interior enorme que semejaba el claustro de un convento; lleno de luz y de plantas gigantes…De aquella casa, recuerdo pocas cosas: su dormitorio; con una cama grande llena de muñecos y el comedor; con una mesa en la que reposaba el precioso objeto de deseo: una enorme caracola desde donde me decía que se podía escuchar el mar… Aunque al principio me desesperaba un poco y pensaba que quizás me faltara concentración suficiente para llegar a oír algo, al final también yo lo conseguí! Y poco a poco, empecé a oír el mar a través de la caracola.
Cuando llegaba a su casa, corría a coger la caracola ante la mirada atónita de todos, que me advertían de que tuviera cuidado, que no se me fuera a caer…Era casi imposible que aquello ocurriera, con lo fuerte que la agarraba… y al acercarla al oído, era como si se abriera una puerta secreta que me conectaba directamente con el mar. A veces el mar sonaba suave, como cuando las olas van rompiendo despacio contra la orilla… Entonces cerraba los ojos y resultaba relajante. Otras veces, el mar estaba como embravecido y oía las olas golpeando fuertemente contra las rocas… Y también así me gustaba; un mar con carácter, con fortaleza! Oír el mar se había convertido casi en un hábito y ya no importaba que fuera invierno y que no pudiéramos ir a la playa, el mar siempre parecía estar disponible para mí cuando lo necesitaba y lo llamaba desde la caracola de mi madrina…
Hoy he vuelto a necesitar el mar, lo he vuelto a necesitar más que nunca y he sentido el deseo de abandonar el confinamiento y correr libremente, sin parar hasta reencontrarme con él… Pero sólo he podido tumbarme en la cama; boca arriba, en silencio, mirando al techo… Al menos he conseguido soñar despierta con caminar por la arena, con mojarme los pies y quedarme en la orilla, quieta; dejando que el mar me traiga y me lleve…mientras mis pies se van enterrando en la arena y mi mente se queda en blanco, tratando de nuevo de escuchar el sonido del mar rompiendo suavemente contra la orilla…y dejando que el azul se apodere de todo y también de mí…porque no conozco nada que sea más azul que el mar…y el azul siempre ha sido mi color.
Y consigo quedarme durante horas mirando al horizonte, tratando de adivinar el punto exacto donde el cielo se junta con el mar y el mundo se vuelve infinito; sin principio ni fín… sin barreras, sin nada que nos impida salir a comtemplarlo.