Tendría tres o cuatro meses la primera vez que visité la isla de la Toja, así que es normal que de esa vez no recuerde nada 😉 La isla de la Toja se convertiría luego en la visita obligada de cada verano mientras era pequeña. Más tarde también fui alguna vez de excursión con el colegio y luego, ya cumplidos los treinta volví para hacer las prácticas de un máster de turismo, pero eso es ya otra historia…
La isla de la Toja es un lugar especial y diferente. Un lugar considerado de salud y lujo, quizás un poco rancio y tal vez por eso la isla ha perdido al menos para mí, parte de su encanto de antaño.
La leyenda de la Toja se remonta al descubrimiento de unos manantiales y a la historia de un borrico que al estar enfermo y aprovechando que la marea estaba baja y se podía llegar andando a la isla, fue abandonado allí hasta que la marea bajó de nuevo y el burro pudo regresar trotando al recobrarse milagrosamente entre los lodos y las aguas medicinales.
A partir de ahí , la historia de la isla empieza a cambiar y en 1911 se construye el puente que unirá la isla con O Grove . Con sus 400 metros de longitud fue considerado uno de los puentes más largos de la época.
La isla pertenecía entonces al marqués de Riestra, que hace edificar el Gran Hotel que era un edificio formado por dos torreones unidos a una galería.
Durante al guerra civil el hotel se convierte en hospital y en la posguerra en sanatorio. En 1945 es remodelado y desaparecen los torreones, dando lugar al edificio que tenemos en la actualidad.
En la isla todo está orientado al turismo de lujo; dos hoteles además del Gran Hotel, la fábrica de sales y jabones, un antiguo balneario que acogía a los pacientes menos poderosos y el casino de la Toja. Paseando por los jardines nos encontramos con la Capilla de las Conchas; recubierta en su totalidad por conchas de vieira, la ermita está consagrada a San Caralampio y a la Virgen del Carmen.
Un campo de golf, urbanizaciones y mansiones de lujo…y hasta un pequeño centro comercial casi a la entrada de la isla que se llama la aldea.
Si existe todavía algo que caracteriza a esta isla , es su paseo marítimo de un refinado buen gusto; decorado con enormes maceteros blancos que hacen contraste con el azul del mar y de las azaleas que invaden la isla durante todo el verano…
Pero si hay algo realmente llamativo en esta isla y que me sigue encantando son; las vendedoras de la Toja; mujeres que corren hacia tí con su peculiar estilo de vendedora piropeadora; que te ofrecen pulseras y collares hechos de conchas y caracolas y que hacen que por un momento recupere mi infancia; cuando me compraban una pulserita de caracolas que lucía en la muñeca durante todo el verano hasta que los hilos acababan rompiendo, justo cuando empezaba de nuevo el curso escolar …
Yo tengo buenos recuerdos de visitar la isla la primera vez que estuve en Galicia, pero no me acordaba de las vendedoras XD
Desde que me vine a vivir a Santiago aún no la he pisado. Habrá que ponerle remedio pronto. 🙂 Tampoco había leído nada sobre su historia y es bastante curiosa.
¡Un abrazo!
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¿Qué no intentaron venderte una pulsera? ¡No me lo puedo creer! 😉
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