En Barcelona conocimos a Carmen y a Virtudes que hacían su facturación delante de nosotras y luego aparecieron; Estrella, Maribel y Nani que viajaban juntas desde Madrid.
Fue en Estambul donde se nos unió Nuria procedente de Zurich y el grupo ya quedaría completo.
Nueve mujeres muy diferentes y un mismo objetivo: Disfrutar de La Gran Experiencia India.
La llegada a Delhi fue catastrófica. El aeropuerto tiene una decoración muy recargada, para mí excesiva; está todo enmoquetado y las paredes decoradas con manos doradas.
Nos revisaron un montón de veces el papeleo que cubres en el avión y faltaban datos. No sabíamos que direción de residencia poner en India, además algunas de las maletas llegaron rotas o sin ruedas y la mía con la cremallera reventada. Eran ya las cuatro de la mañana y sabíamos que alguien estaba esperándonos fuera para llevarnos al hotel. Después de las complicadas reclamaciones por las maletas y de que chicos de personal del aeropuerto areglaran la cremallera de la mía mientras me preguntaban que de donde éramos y me decían que conocían a Messi.
(La única actitud posible en la India frente a la adversidad es sonreír, y funciona, porque al final todo termina solucionándose, y lo que sobra en todo caso, es tiempo )
Algunas de mis compañeras fueron saliendo para contarle al guía lo que nos sucedía mientras el resto tratábamos de solucionar nuestros problemas. Ahí fue donde conocimos a Ankit que junto con Amit y con los perros Pepsy y Missery pueden considerarse nuestros salvadores y a los que desde aquí aprovecho para mostrar todo mi agradecimiento por undécima vez.
Llegamos al hotel cuando serían sobre las cinco de la mañana y a las diez y media habíamos quedado para desayunar y cambiar dinero…
Esa madrugada en Delhi todo me pareció infernal : El ruído, la suciedad, el calor sofocante, miles de personas durmiendo en las calles y muchos niños pidiendo ... En especial me impresionó un niño sin una mano que tendría unos diez años, al que vimos pidiendo cerca del Hotel y que no conseguía quitarme de la cabeza…Pensé que quizás formaría parte de un de esas mafias que cortan las manos a los niños para que den más pena y usarlos así para mendigar y pensaba en su futuro, en una ciudad tan hostil y sin una mano , ni siquiera podría conducir un rickshaw … Delhi es sin duda la bajada a la realidad más dura que he vivido. En ese momento recordé las palabras de mi padre.
El tiempo en Delhi pasó despacio… Tuve la impresión de que rendía aún más que las rupias.
Visitamos el Museo de Ghandi (Vale mucho la pena visitarlo; Hay muchísima información y además es interactivo. La guía que nos atendió era una voluntaria majísima), el Templo de Lotus (Pasamos horas haciendo cola al sol y se nos derrumbó lo del mito de ir en «fila india» ¡Se nos colaban todos!) y el Templo Hinduísta de Birla, que es un templo impresionante.
Después de enseñárnoslo , Ankit nos llevó a una de las terrazas. Nos sentamos en el suelo y nos introdujo en la cultura India; Hablamos de religiones, de castas…y preguntamos todas nuestras dudas.
Después de cenar en un restaurante situado una especie de Bazaar donde los comerciantes nos miraban y nos decían cosas al pasar, regresamos al hotel para ducharnos y prepararnos para la gran aventura que nos esperaba; una noche en tren en vagones de segunda clase hasta Pushkar.
Tengo que decir que esta Delhi, poco tiene que ver con la otra Delhi… La del día que volvíamos para España . Ese día Delhi era muchísimo más bonita, ya nada nos sorprendía tanto y a pesar de estar cansadísimas y algunas no muy bien de salud… Aquella ciudad nada tenía que ver con la que recordábamos de hacía dos semanas.
Quizás la India ya nos había cambiado a nosotras.