Hace unos días que dejé Cabo Verde…Me levanté muy temprano, con lo poco que me gusta a mí madrugar…buff! Pero tenía que estar preparada para las cinco, porque un taxista venía a recogerme para llevarme al aeropuerto Cesárea Évora, el mismo que unas semanas antes me había sorprendido por su tamaño diminuto y su sencillez… Esta vez me iba sin despedidas; las cinco de la mañana no parece la mejor hora para despedirse y además ahora he descubierto que me gusta irme así; como una fugitiva…en silencio, cuando aún no ha salido el sol y parece que nadie se entera… lo que se conoce como «marcharse a la francesa»! 😉
Oí llegar al taxista y después de dar algunas vueltas buscando la llave para abrir, salí con la mochila y allí me lo encontré sonriente y amable…creo que no podría haber encontrado mejor taxista! 😀
”Boa noite!” _Nos dijimos. Le dí mi mochila para que la pusiera dentro del maletero y entré en el coche… Sonaba una de esas canciones que en Friends hubieran clasificado como música para días de lluvia… Hacía mucho tiempo que no escuchaba ese tipo de música en inglés… Me sorprendió un poco el gusto musical de mi taxista, pero preferí callarme y no decir nada; no quería que notara que podía comunicarme en portugués… Que él pensara que no podíamos entendernos, me daba total libertad para no hablar durante todo el trayecto sin sentirme incómoda, ni romper la magia del momento… Así comenzaba mi última y más auténtica despedida de Cabo Verde, desde la ventana de un taxi donde sonaba música nostálgica mientras nos dirijíamos irremediablemente al aeropuerto.




Recorrimos las calles vacías del centro de Mindelo; pasamos por el puerto y tuve que girarme para poder ver por última vez el mural de Cesárea Évora, la reina de la morna… Continuamos por la Plaza de la Estrela y la Torre de Belem, algunos os dirán que no tiene punto de comparación con la de lisboa; yo la encontré especialmente bonita aquella noche; favorecida por la iluminación nocturna.
Seguimos nuestro recorrido por donde días atrás había entrado en la ciudad y clavando mi mirada en un barco encallado en una playa de color azul intenso… Recuerdo haber preguntado por él, sin antes diseñar mentalmente la oración en mi cabeza y aún así Estenio, que parecía había entendido aquel desorden gramatical, me había contestado que el barco se había quedado varado en la costa y como era demasiado complicado y caro remolcarlo, lo habían dejado allí… Me pareció curioso, era como si empezara a recibir pistas sobre como era la vida en Cabo Verde.
Cada vez que pasaba por esta parte de MIndelo, intentaba hacerle alguna buena foto que nunca conseguía y tampoco quería molestar a los conductores pidiéndole que pararan el coche para hacer una foto y parecer una artista chiflada de pacotilla… Pero ahora ya no era hora de hacer fotos; ahora sólo me apetecía comtemplarlo por última vez… Pensé que aquel barco encallado era quizás una metáfora de mí misma, de lo dificil que me estaba resultando dejar Sao Vicente; un lugar en el que es bastante fácil quedarse atrapado… en el que he vivido todo tipo de situaciones y al que no sé si volveré algún día… pero del que ya me llevo un pedacito; un montón de recuerdos, aprendizajes, personas y muchas palabras que se quedarán para siempre conmigo.
Llegué a Sao Vicente buscando algo que ya casi había olvidado; quería recuperar la sensación de volver a aterrizar sola en un sitio lejano, la de conocer gente nueva, la de volver a viajar de verdad y no solo de turisteo, quería sentir mariposillas en el estómago… quería volver a llegar a un sitio sin indagar nada antes… disfrutar de la incertidumbre , de la sorpresa, de la aventura y también de la libertad de equivocarme pero sin reproches…quería viajar con tiempo , «de vagar»… sin prisas. Asimilando nuevas experiencias y disfrutando del momento, quería quedarme algún tiempo en un lugar conviviendo con otra gente…escuchando sus historias, viviendo a través de otras vidas…ampliando mi campo de visión y en definitiva aprendiendo de otras realidades.
Había hecho esto otras veces, cuando era más joven…pero mientras el avión descendía aquel día en Sao Pedro, me dí cuenta de que la aventura ya había empezado… Aún no había aterrizado en la isla de Sao Vicente y ya había pasado buena parte del vuelo hablando e intercambiando teléfonos con mis compañeros de asiento; una familia de Santo Tomé y Príncipe que viven en el Algarve… y pensé; ahora que ya no soy joven, ni guapa, ni siquiera soy rica… ¡Me siento tan feliz! 😀 Que quizás hasta debería de disculparme por esto… o disimular mi felicidad, porque hay demasiada gente pasándolo mal en el mundo… pero luego recordé a mi amiga Bárbara aquel día que llegamos a Varkala, Kerala y que parándose en medio de los acantilados nos dijo: _»¿Sabéis algo? ¡Soy Feliz!» … Yo acababa de identificar el mismo sentimiento de Felicidad. Claro que también tengo mis preocupaciones, pero cuando tienes claro lo que quieres, lo que te apetece… y te decides a hacerlo, creo que es imposible no sentirse feliz y satisfecha.
Así que supongo que en esto debe de radicar el tan ansiado sentido de la vida, no parece que haya más misterio!! ☺️
A partir de hoy volvemos a las publicaciones semanales en el blog en las que os iré contando como fueron los preparativos para este viaje; os compartiré mi itinerario, presupuesto, comida, clima, costumbres, carácter del pueblo caboverdiano… Os hablaré también de todas esas cosas que me hubiera gustado saber antes de iniciar mi periplo y sobre todo de mi experiencia como voluntaria en la organización Simabo, en Sao Vicente, así como del resto de mis andanzas por tierras caboverdianas.
Si os apetece seguir esta nueva aventura, no dudéis en seguirme o incribiros en el blog para recibir las nuevas entradas por email! 😉
Y como siempre, MUCHAS GRACIAS por seguir ahí!